
CRÓNICAS


Te vi partir, hermano
Por Marcia Martínez
Estudiante de Comunicación Social
Pontificia Universidad Javeriana
A sus doce años, cuando cursaba quinto de primaria, Cristian tuvo que ver partir hacia la guerrilla al mayor de sus nueve hermanos; no sabe –y quizás nunca sabrá– si se fue porque compartía sus ideologías políticas, por amor o porque la idea de la lucha por el pueblo era una tentación llamativa para los jóvenes de la población. Lo que sí sabe es que aquel día en que su hermano los dejó su madre no paró de llorar y sus hermanas, para no preocuparlo, le dijeron que se había muerto un tío. Ningún ser querido había fallecido, pero evidentemente ese día algo sí murió dentro de cada uno de los miembros de la familia Vera.
Cristian mira el piso con desaliento, la sonrisa que todos estos días me ha mostrado y la energía que me ha entregado se desvanecen en un abrir y cerrar de ojos mientras su relato continúa. De niño solía ver todos los días el programa de televisión “Hombres de honor”, y como cualquier niño de su entorno soñaba con ser parte del Ejército o de la Policía y poder ser un héroe de la patria. Después de lo ocurrido, cuando jugaba a ser como los que veía en televisión no sabía en qué bando estar.
—(…) no sabía si ser parte del gobierno o ser parte de la insurgencia. Son sentimientos encontrados porque, yo me ponía a pensar: Bueno, si me pongo por parte del ejército y mato a la guerrilla y luego que uno diga ¡ah! ¡maté a mi hermano! ¿sí…? Es duro.
La sociedad comenzó a juzgar y las miradas se posaban sobre ellos cada que la guerrilla mataba a algún vecino, y comentarios como “eso fue su hermano el que lo hizo” recaían sobre Cristian, quien vivía en un corregimiento en donde el conflicto armado era el pan de cada día.
Ver televisión contaba como una de sus actividades favoritas además de ser una de las vías que lo conectaba con el mundo “de afuera”. Por este medio conoció de las FARC- EP y escuchaba cómo estas guerrillas cometían delitos atroces contra la población. Él, en medio de su imaginario, se planteaba la posibilidad de que esa guerrilla de la que hablaban en televisión fuera la misma en la que estaba su hermano, pero esta idea era desechada en cuanto vislumbraba a su familiar haciendo cosas malas.
Un día Cristian tuvo la oportunidad de visitar a su hermano junto con su familia. Estaba en el monte, así que luego de un recorrido de más de una hora por trocha pudieron sentarse en unos cambuches a almorzar en familia. Mientras comían pasaron al lado de ellos varias personas uniformadas y fue en ese momento cuando lo notó: todos tenían una marquilla al costado izquierdo del pecho que decía FARC-EP. Cristian se hizo un manojo de nervios y no supo ni qué sentir. Su hermano hacía parte de la guerrilla de la que hablaban en la televisión.
Hoy, once años después de que esto sucediera, Cristian me mira a los ojos y me asegura que no le interesa preguntar acerca del pasado de su hermano, porque para él apostarle a la paz es dejar en el pasado ciertas cosas, perdonar, fijarse en el presente y en la posibilidad de construir un nuevo país. Orgulloso, me dice que valora la tranquilidad que en la zona se respira luego de 50 años de conflicto armado. Es ahora cuando es consciente del cambio que se debe generar como sociedad para que la firma del acuerdo de paz funcione, pero también es consciente de que la comunidad quedó perdida, porque si bien ya no existe el miedo que causaba la guerrilla, tampoco existe una guía que muestre el camino a seguir en el posconflicto.
En este punto, Cristian, aturdido por una extensa charla que generó diversas emociones, finaliza con un aire triste diciendo:
—Espero un cambio del pueblo porque la guerrilla ya no hace presencia pero el pueblo tampoco coopera pa’ generar un desarrollo (…) No existe guerra pero ya ahorita, la sociedad se está volviendo loca.
