CRÓNICAS

Un ataque al pueblo olvidado

Por Michael Steven Bolaños
Estudiante de Comunicación Social
Pontificia Universidad Javeriana

 

“Una noche –no como cualquiera, no como ninguna– en la que ya sabíamos por dónde las balas volarían sobre nuestras cabezas; noche en la que sentimos un pánico y un miedo que no se lo deseo a ninguno, en donde pasamos de prepararnos para unas fiestas a rezar por nuestras cabezas”, dice Doña Gloria, una mujer que ha vivido toda la vida en San Andrés de Tello, un municipio o corregimiento que todavía lucha por ser reconocido, que continúa siendo un pueblo olvidado en las entrañas del Huila.

Esta puede ser la historia de cualquier pueblo perdido entre tantos árboles, maleza, caminos y balas en la historia de nuestro país; puede ser cualquiera que vemos cuando vamos sentados cómodamente desde un auto pasando por la carretera o cuando vamos en lo alto del cielo desde un avión, pero es donde realmente vemos la fuerza de un grupo de personas que no se rinde y que busca maneras de encontrar una forma de visibilizarse, en este periodo que podemos llamar de paz.

Doña Gloria, una mujer mayor, rubia, sentada en un mueble rústico en la sala de su casa nos relata cómo fue la peor noche de su vida; casi no se mueve mientras nos la cuenta, es más, nos mira con decisión de contar algo importante, algo trascendental que sucedió en este lugar. Ella comienza diciendo que ese día de mayo de 1991 se encontraba en el parque con sus hijos, era un día muy normal, tranquilo; además estaba con su sobrina que era la reina para las ferias de San Pedro. Ella se acercó a la estación de policía a preguntar por un cabo, debido a los preparativos para las ferias este no se encontraba así que decidió volver junto a su sobrina. Doña Gloria y su familia, muy entrada la noche, volvieron a su casa y justo cuando habían cerrado la puerta sintieron el ruido de un grupo de hombres corriendo y luego el estruendo de las balas, una lluvia de ellas sobre sus cabezas.

Al llegar a Tello, municipio ubicado al norte de Huila, nos indicaron que para llegar a San Andrés debíamos seguir otro par de horas por una ruta descubierta. Subimos todo el equipo y decidimos continuar con el viaje. Muy entrada la tarde llegamos y nos recibió un grupo de líderes del pueblo, que nos invitaron a seguir a una especie de salón comunal y nos sentamos en mesa redonda. Cada uno de nosotros debía presentarse y nos explicarían cómo es la situación actual de San Andrés Tello. Decían que el problema más grave era el control, que sin las FARC o guerrilla y el abandono total del Estado, era difícil luchar contra nuevas amenazas, pero ellos como líderes tratan de hacer lo mejor. Luego de esto nos presentaron a doña Lola, que sería la persona que nos cuidaría durante el viaje.

Mientras sonaba un infierno afuera de la casa de doña Gloria –que nos recuerda que vivía muy cerca a la estación de policía–, ella sentía cada bala, cada grito, cada persona muerta o que agonizaba por fuera de esas paredes durante toda la noche. Es más, esa noche su esposo fue tan obstinado que no quería salir de su cama a pesar del peligro de recibir una bala perdida, hasta que las lágrimas y el desespero lo llevaron a tirarse al suelo y buscar refugio frente a ella, inclusive carcajea de manera nerviosa cuando dice que la situación se veía tan mal que su sobrina, la reina, no se podía mover, que hasta se orinó en el lugar que estaba. Recuerda también, y mirando a lo lejos, que varios guerrilleros dispararon a su tienda, que quedaba al lado, diciendo: “Vamos a destruir este hijueputa pueblo”.

Todo esto llegó a su clímax a las cuatro de la mañana cuando un avión fantasma (así los conocen ellos, hablando de los helicópteros tácticos que el ejército usa en la noche) llegó y aumentaron los disparos y el uso de bengalas que iluminaban el cielo como si fuera pleno día, eso duró hasta que salió el sol.

En los días siguientes, el equipo se dividió por grupos para realizar las actividades propuestas: algunos compartiendo con la comunidad, otros grabando alrededor del pueblo y haciendo entrevistas. Aquí comprendí que la guerra que nosotros vemos es muy diferente, que la ciudad es ese recinto que la realidad de una guerra tan larga casi nunca tocó. Además de ver cómo los que conocemos como enemigos del Estado, cumplían una función de orden en las calles de San Andrés, que a pesar de sus malos actos cumplían a través del miedo lo que el Estado no hacía. Esto lo digo porque una noche un pleito entre dos personas se convirtió en una pelea a machete como si estuviéramos en la guerra de los mil días.

Doña Gloria dice que el amanecer trajo paz pero lo que encontraron afuera fue peor: cuerpos tanto de policías como de soldados y de guerrilleros por todas partes, su negocio y la estación de policía ya no existían, solo eran un montón de escombros que a duras penas se mantenían. Luego de eso relata que el pueblo trató de levantarse otra vez, que el Estado nunca apareció; hasta que un día llegó un grupo de policías y constructores y comenzaron a levantar lo que parecía una nueva estación. Pasados dos días apareció un grupo de hombres de verde, desprolijos y con mugre, que ordenaron a grito herido que tomaran todo lo que había en la construcción, y eso hizo el pueblo, ella se quejó y ellos simplemente la miraron. Recuerda que esos hombres traían orden usando el miedo.

Las ruinas que quedan de la estación de policía son ya parte de la historia, se convirtieron en lugares mundanos: una cancha de tejo para entretenerse, una cantina donde la gente se reúne para beber y un patio en un pequeño establo lleno de ganado de las personas que viven cerca, en eso se convirtió el lugar que antes le daba orden a la gente de Tello.

Al finalizar la entrevista, doña Gloria me cuenta que el proceso de paz ha traído muchas cosas buenas a San Andrés; progreso, avance, gente, turismo. “(…) pero el control de las personas se ha perdido, no tenemos estación y los robos aumentan, ya no hay algo que le genere a las personas miedo de hacer las cosas mal”, podemos decir que esto es como el síndrome de Estocolmo, este pueblo olvidado y lleno de gente de corazón gigante y espíritu echado para adelante, vive pidiendo ser reconocido ante el Estado y el mundo, ser parte de algo, ser parte de este país.